Si hay un lugar especial en Myanmar, además de Bagán, sin duda es el Lago Inle, el segundo más grande del país. Si queréis observar a los pescadores trabajar al estilo tradicional os diría que no tardéis en ir a este país porque, en cuanto la globalización les alcance de lleno, se dejarán de ver. En cada barca van una o dos personas y trabajan manualmente con las redes, por ello les es más práctico remar empujando con la pierna y tener las dos manos libres.
Llegamos en avión de Bagán al aeropuerto de Heho y directamente fuimos a Pindaya a visitar la cueva Shwe U, un sitio bien curioso repleto de Budas allí donde alcanza la vista. Todos son recibidos mediante donaciones de todas las partes del mundo y puedes pasear por sus pasillos estrechos leyendo las inscripciones con los nombres y las procedencias. La entrada al lugar también nos sorprendió, juzgad por vosotros mismos pero nos recordó al acceso a un parque de atracciones.
El entorno merece la pena, desde arriba se puede disfrutar de las vistas panorámicas del lago y el pueblo.
Continuamos viaje hasta Nyaung Shwe donde estuvimos alojados, es el núcleo urbano más cercano al lago. En los alrededores del mismo hay hoteles estupendos para descansar y disfrutar a la orilla del agua pero preferimos no tener que depender de un transporte y estar en la población. Allí te alquilan bicicletas bien baratas, unos 3€ diarios. En la calle principal podéis encontrar la entrada al mercado, varios restaurantes y tiendas, lavanderías donde podéis lavar la ropa y tener todo en la maleta como al inicio del viaje y también sitios de masajes para relajaros. Y un planazo que aconsejamos: hacer un curso de cocina local. Pasas un rato bien divertido y luego te cenas lo que has preparado, además de llevarte las recetas para poder sorprender a tus amigos a la vuelta.
En esta calle principal está el local desde donde parten los autobuses que viajan de noche, y alrededor de la hora de cenar se ven chicos y chicas jóvenes esperando con sus mochilas para ahorrarse una noche de alojamiento y dormir en el trayecto.
Al final de la calle, donde está el puente, es de donde salen las barcas para navegar por el lago.
Nos alojamos allí cuatro noches e hicimos varias excursiones que paso a detallar.
Kakku. Está como a dos horas y realizamos alguna parada por el camino. La primera en el monasterio Shwe Yan Pyae que es de madera, tiene las ventanas ovaladas y está sustentado por numerosas columnas.
La parada que vivimos con más intensidad fue en el pueblecito Winya de la etnia Pao (fácilmente reconocible porque sus mujeres llevan una toalla de colores enrollada en la cabeza mientras que sus vestidos son negros) donde estuvimos hablando y haciendo fotos a los lugareños y donde entramos a una guardería y pasamos uno de los mejores ratos de todo el viaje con los niños de allí. En mi memoria se han quedado sus miradas, su curiosidad, sus risas… Un sol de criaturas que estuvieron en la puerta diciéndonos adiós hasta que nos dejaron de ver. Aún me asoma alguna lagrimilla al recordarlo.
Hicimos otra parada en Salamuni para hacer boca de lo que nos esperaba antes de llegar al destino. Tiene una gran pagoda central dorada y multitud de pagodas alrededor más pequeñas de color blanco.
Y finalmente llegamos a la joya del viaje. Seguramente una de las imágenes icónicas de Myanmar si no la que más son las Pagodas de Kakku, es una de esas maravillas poco conocidas de este país. Queda tan a desmano que las agencias no suelen llevar allí a sus viajeros pero para nosotros es un imprescindible. Nos dejamos llevar por el sonido de sus campanillas caminando descalzos por sus pasillos entre las miles de pagodas saboreando ese ambiente místico y de meditación. Se nos pasó una hora y media sin darnos cuenta. En muchos sitios lo definen como “el bosque de pagodas” y es realmente así.
Al regresar hicimos una última parada en Main Tauck y paseamos por su puente de teka. Sé que el famoso es U Bein, pero personalmente disfruté más de este por sus barcas, la vegetación, los monjes caminando por él, el lago de telón de fondo… en fin que merece mucho la pena visitarlo ya que se está allí.
Al día siguiente fuimos directos a tomar una barca y adentrarnos en el lago. No se llega a tener una vista completa por la gran cantidad de agricultura que han ido cultivando de manera bien curiosa. En el agua hay unas plantas flotantes, Jacintos, que a través de sus raíces extraen los nutrientes. Es una especie invasora pero los aprovechan junto con algas que también obtienen allí y van formando una masa que sujetan con palos verticales al fondo dado que hay poca profundidad. Son auténticos campos flotantes. Les sirve como base para cultivar legumbres, pepinos y, sobre todo, tomates. No son muy grandes pero tienen mucho sabor y es por ello que la ensalada de tomate es un plato típico de la zona. Aseguraos de probarlo en restaurantes que laven con agua mineral (está indicado en los menús).
Conforme avanzas te vas cruzando con muchas barcas tanto de agricultores transportando sus productos hacia el pueblo para venderlos en el mercado, como de pescadores de anguilas (llevan unas trampas en forma de tubo grueso), de peces, de algas. Cada uno se gana la vida como puede. También te encuentras con alguno que está con la típica red sólo para posar a cambio de algún billete.
Se pueden visitar las poblaciones a orillas del lago, adentrarse con la barca entre los pasillos de cultivos, visitar la fábrica de tejidos con hilos de loto, la fábrica de tabaco con puritos de diferentes sabores, atravesar los pueblos donde las casas están sobre columnas y ves a la gente lavándose sentada en las escaleras de su casa. Como la electricidad es un bien escaso en esa zona y no tienen nevera, cuando pescan, mantienen vivos los peces dentro de una red atada a esas columnas bajo la vivienda, es bien curioso.
Hicimos una parada para visitar la pagoda de Phaung Daw Oo Paya. Dentro podréis ver las cinco estatuas de Buda completamente deformadas de la cantidad de pan de oro que le han ido añadiendo los devotos. Con todos mis respetos, parecían cinco patatas, no hay forma de adivinar la estatua original en cada una.
También dimos una vuelta caminando por el pueblo y saludando a los niños en el patio de recreo del colegio y los que se asomaban desde las ventanas de sus clases.
Aquella tarde es la que aprovechamos para hacer el curso de cocina. Hay varios sitios donde se pueden contratar. Vimos los anuncios en los alrededores del mercado. Es más, los que no tengan excursión programada el día de la clase, pueden acompañar a la profesora a realizar la compra con ella. Nosotros no pudimos hacerlo pero nos dieron las recetas con los ingredientes. Tengo que decir que alguno lo trajimos envasado de allí al no saber si lo encontraríamos en España.
Cuando reservas el curso de cocina, tienes que elegir tres platos a cocinar por persona. Así que, con mi pareja, nos enseñaron a elaborar seis platos. La ensalada de tomate típica de la zona, sopa, noodles de arroz, dos currys (uno de pollo y otro de pescado) y verduras en tempura. Estaba todo sabrosísimo. Bien es cierto que emplean muchos condimentos y aderezos por lo que es difícil que encuentres allí algo soso.
Otra visita que merece la pena es el Mercado de los Cinco Días. Es un mercado itinerante que, de lunes a viernes, cambia su ubicación. Se mueven con barcas y en él se pueden adquirir verduras, carnes, pescados, medicinas, ropa, bolsitas de cortezas de cerdo (bien ricas), recuerdos… en fin, todo tipo de cosas, regateando, por supuesto, pero es un país tan barato que no os quedaréis sin comprar algo por tema de precio.
De allí nos desplazamos río arriba con nuestra barca a la población de In Dein. Recuerdo muy agradable este trayecto porque íbamos contra corriente subiendo a través de pequeñas presas de agua. Una vez lleguéis al pueblo, localizad la techumbre que tiene debajo un camino con escaleras y tenderetes a los lados que llevan hacia el santuario, otro bosque de pagodas, más pequeño que Kakku pero merece igualmente la pena. Si queréis llevaros algún recuerdo, los pañuelos que venden en los tenderetes que llevan hacia el santuario son muy bonitos y más baratos que los tejidos de loto.
Al volver de In Dein hicimos una última parada en una casa y, cuál fue nuestra sorpresa, que había viviendo en ella dos mujeres jirafa, de unos veintitantos años de edad.
Regresamos al hotel y preparamos el equipaje y las mochilas pues al día siguiente hacíamos el trekking en dos jornadas desde el Lago Inle hacia Kalaw. En las mochilas metimos lo básico: cepillo de dientes, un peine, una muda y calcetines, una linterna (los pueblos se quedan sin luz a las 21h y los retretes está fuera), un chubasquero, ropa para dormir, chancletas… en fin lo mínimo puesto que tienes que transportarlo a la espalda.
Llegados a este punto debo hacer un inciso: el 90% de las personas que hacen el trekking lo inician en Kalaw y van descendiendo hacia el Lago Inle. A nosotros nos lo aconsejaron hacer en sentido contrario y fue un error garrafal por una razón muy sencilla: lo hicimos subiendo a más de 40 grados de temperatura y 100% de humedad, era como estar en un baño de vapor, vestidos y con una mochila de 6kgs a la espalda. De hecho el mismo guía local que nos acompañaba nos reconoció que todo el mundo lo hace de bajada puesto que es más cómodo y disfrutas de las vistas. Sin embargo, subiendo y con ese clima, no lo disfrutamos como nos hubiera gustado. Así que no cometáis el error que cometimos nosotros. Hacedlo de bajada.
No obstante mereció la pena porque nos permitió adentrarnos en la naturaleza del país, cruzarnos con carros de bueyes que todavía utilizan para trabajar los campos, parar en algunos pueblecitos por el camino, llevar material escolar a los colegios de la zona, comer en uno de ellos, ver cómo preparaban las fiestas con una especie de fuegos artificiales y petardos, además de hacernos alguna foto con gente de allí.
Nos alojamos en Patu Pouk. Inicialmente estaba previsto que durmiésemos en el monasterio del pueblo pero el guía nos lo desaconsejó porque era una sala pequeña, sin divisiones y por tanto sin intimidad y, siendo todo monjes, no me hubiese sentido cómoda. Además nos advirtió del tema de la higiene y que las mantas olían y tenían bichos. Vamos, que nos disuadió rápidamente. Así que terminamos alojándonos en una habitación encima del bar-tienda de la familia que nos acogió. Aquí tenéis la foto del dormitorio.
Por supuesto, la letrina era de agujero en el suelo, nada cómodo para los occidentales que no estamos acostumbrados. La ducha también fue curiosa. Dentro de un chamizo hecho con cañas de bambú que no te daban ninguna intimidad, un bidón con agua recogida de la lluvia y un cazo de plástico para echártela por encima. Pues nos supo tan rica. Habíamos leído en internet que muchos senderistas aconsejaban llevarse toallitas refrescantes para lavarse. Qué queréis que os diga, después del día que llevábamos subiendo y sudando a tope, llenos de tierra, nos sentíamos pegajosos y el agua nos sentó de maravilla. La única manera de lavarte de verdad.
Luego, te pones ropa limpia, te tomas una cerveza y se te olvidan todos los males. Además coincidimos allí con dos turistas más ¡y españoles! Si es que cundimos que para qué. Una chica de Barcelona que se había ido de mochilera un mes y un chico de Berge (Teruel) que se había tomado un año sabático para recorrer Asia. ¡¡De Teruel!! Encima aragonés como nosotros. Qué pequeño es el mundo, qué rica nos supo esa cerveza compartiendo conversación y hablando de viajes. Qué ratico tan bueno.
Después de cenar, a las 21h, como digo, apagaron las luces y reconozco que tuve algo de vértigo pensando qué haría si no me dormía o me desvelaba.
Al día siguiente proseguimos camino hacia Kalaw y allí terminamos de confirmar el error cometido haciendo el trekking al revés que todo el mundo. Kalaw es una población pequeña y totalmente enfocada a preparar los trekkings con dirección al Lago Inle. No había apenas distracciones ni bares ni restaurantes abiertos y sufrían numerosos cortes de luz por lo que tomarte una bebida fría era complicado. Además estaban asfaltando las calles, hacía fresco y llovía a ratos, vamos que nuestra idea de hacer allí el descanso del viaje en un hotel con piscina donde nos imaginábamos en una tumbona, tomando algo y libro en mano, se fue al traste. Poco tardamos en reaccionar. En principio estaba previsto pasar allí tres noches y sólo hicimos una. Cambiamos los vuelos a Yangón y reservamos un hotel por internet. Al día siguiente partíamos de nuevo a la capital dispuestos a aprovechar lo que nos quedaba de viaje en este estupendo país.
Y vaya si lo aprovechamos. Podéis comprobarlo leyendo la entrada de Yangón en la que fusionamos la entrada al país y la salida.Esperamos que os hayan resultado interesantes nuestras descripciones y os haya entrado el gusanillo de visitar Myanmar, ese gran desconocido.