Uzbekistán: Bujará en dos días

Bujará, una joya escondida en el corazón de Asia Central, es como si “Las mil y una noches” cobrasen vida, como si formaras parte de ello. La quinta ciudad de Uzbekistán, con más de 2.500 años de historia, invita a visitarla desde una alfombra mágica para explorar un laberinto de madrasas, mezquitas y minaretes que se elevan como guardianes de un pasado glorioso. Perderse por sus estrechas calles empedradas es como viajar en el tiempo, donde cada esquina cuenta una historia de caravanas, comerciantes de la Ruta de la Seda y sabios de antaño. Si Samarcanda nos cautivó, no esperábamos menos de Bujará, nos dejamos sorprender con su magia y encanto, sus mercados vibrantes, una arquitectura impresionante y la palpable y acogedora hospitalidad de su gente.

Llegamos a Bujará en tren, no tan glamuroso como el Talgo pero igualmente cómodo y fácil. El billete en primera clase nos costó al cambio 11€ por persona. Acordaros de llevar algo de comer puesto que en el viaje no está incluido. La estación está algo alejada del centro de la ciudad, al taxi le lleva una media hora, atravesando barrios de construcciones muy similares y grandes avenidas de estilo soviético, para llegar a nuestro hotel, Golden Minaret by Terrace. Está situado muy cerca del minarete Kalon, en una ubicación excepcional. Después de un ratito de descanso en una cama por cierto muy dura (esto fue la norma en cada alojamiento del país) nos vamos a callejear su centro. Inmediatamente te das cuenta de que la disposición de la ciudad es muy diferente a la de Samarcanda. Todo se aglutina en su casco histórico, donde se realizaba la frenética actividad comercial en los tiempos de la Ruta de la Seda. Caminamos sin rumbo dejándonos llevar por la belleza de sus cerámicas, el adobe y el ladrillo. En este mapa os apuntamos los lugares de interés que visitamos cuyos números veréis en cada título de descripción para localizarlos.

Un primer contacto con el complejo Poi Kalon, del que hablaremos más adelante, nos deja atónitos. Una gran plaza flanqueada por el inconfundible minarete Kalon, gran vigía de la ciudad, la madrasa Mir-Arab y la mezquita Kalon una enfrente de otra. La atmósfera de este lugar te atrapa cual tela de araña como nos pasó en el Registán de Samarcanda. Seguimos el paseo hasta que nuestros pies se detienen en uno de los bazares con techo abovedado de la ciudad, Toki Zargaron, repleto de puestos de artesanía, túnicas estampadas, bisutería, etc. De camino al restaurante donde iríamos a cenar, pasamos por las madrasas de Abdulaziz Khan y de Ulugh-Bek, allí encontramos un grupo de españoles con su guía. El restaurante elegido fue Le Bonnet, donde pedimos platos locales de carne de cordero y de pollo. De vuelta al hotel, pasamos de nuevo por Poi Kalon ya magníficamente iluminada. Es difícil describir el grandioso espectáculo colorista que teníamos ante nosotros. El Registán de Samarcanda había puesto el listón muy alto, pero este lugar te transporta a otro nivel emocional, primitivo, de felicidad infantil y plena.

Empezamos temprano nuestro recorrido por este conjunto, intentando evitar a las masas. El espectacular minarete que preside la plaza, también conocido como “torre de la muerte”, cuenta con 47 metros de altura y 9 metros de diámetro en su base. Ha resistido a decenas de terremotos, invasiones, incluida la furia de Gengis Khan. Sirvió de faro para los caravaneros, para la llamada a la oración y, según dicen, para ejecutar a los condenados a muerte, lanzándolos desde lo alto.

La madrasa Mir-Arab, construida a principios del siglo XVI, tiene una estructura simétrica, con dos cúpulas azul turquesa que la dotan de una increíble belleza. Mantiene su función de escuela y residencia islámica, incluso lo hizo durante el período soviético, así que no es posible visitarla, solo se accede a su pequeño vestíbulo y a una ventana enrejada desde donde intuir su enorme patio.

Al traspasar los muros de la gran mezquita Kalon y recorrer su precioso patio, te das cuenta de la importancia histórica que atesora. Junto con la de Bibi Khanum en Samarcanda, es una de las más grandes de Asia Central, fue destruida por Gengis Khan, que la confundió con el palacio del emir. La reconstrucción terminó en 1515 y visualmente su estado es magnífico, aunque en algunos puntos del interior está muy deteriorada. Para entrar es necesario cubrirse hombros y rodillas, en las fotos veréis mi outfit con un pareo prestado.

La de Ulugh-Bek es la más antigua que construyó el nieto de Tamerlán, en el siglo XV. La preciosa fachada está sembrada de miles de mosaicos y en el interior, en obras, pueden apreciarse las antiguas celdas ahora vacías. La entrada es gratuita y en su interior encontraréis algún puesto de artesanías y recuerdos.

La Madrasa Abdulaziz Khan está justo enfrente de la madrasa de Ulugh Bek, aunque las separan 200 años de historia. La rica ornamentación del portal, decorado con mocárabes, así como algunos elementos no permitidos por el Islam como dibujos de dragones o pájaros chinos, dejan claro su estilo muy diferente a la de Ulugh-Bek. Hay que pagar para entrar y decidimos no hacerlo, pues en el interior nos encontraríamos más espacio comercial. 

De camino hacia el centro pasamos primero por el bazar Tim Abdulla Khan donde todavía se pueden encontrar alfombras a buen precio, como la tienda de Aladdin.

A continuación recorremos el Telpak Furushon, de estructura hexagonal, que estuvo especializado en libros pero ahora parece un museo de coleccionismo, hay sombreros, gorros, fulares, pero también joyería, souvenirs y hasta tiendas de trajes a 30€.

De camino a esta céntrica plaza pasamos por el museo de las alfombras en el que no entramos. La plaza Lyabi Hauz, cuyo significado es “alrededor del estanque”, es el corazón de la ciudad y concentra la mayor parte del ambiente de Bujará. Cual oasis en el desierto, el estanque rodeado de árboles centenarios, terrazas, restaurantes, teterías, etc., es un lugar ideal para ver la vida local pues no solo los turistas abarrotamos esta plaza, también los locales celebran sus eventos aquí. Alrededor de la plaza encontramos un espléndido conjunto monumental.

La Khanaka de Nadir Divan Begi servía de alojamiento a los sufíes cuando estaban en ruta, ya que Bujará fue un centro muy importante del sufismo. No pudimos entrar porque estaba en obras, pero si tenéis ocasión de hacerlo dentro hay un gran domo (construcción bajo cúpulas) que merece la pena admirar.

Civitatis

La madrasa de Kukeldash fue construida a mediados del siglo XVI y es la mayor de Asia Central. El interior no merece la pena, algún puesto de artistas callejeros y muchas tiendas de recuerdos. En el siglo XVIII tuvo la función de caravasar: posada para comerciantes y viajeros que venían en caravana.

Por último, la madrasa de Nadir Diván Begi, con una fachada preciosa, sus finos mosaicos, la delicada armonía y simetría de sus formas es un deleite visual. También encontraréis elementos decorativos prohibidos en las estructuras musulmanas: unos curiosos pájaros míticos de la felicidad. El interior de nuevo es un espacio comercial. Recomendamos volver a la madrasa de noche, pues la iluminación es asombrosa. 

Cerca de la fachada, ya en la plaza, hay una estatua de Hodja Nasreddin montado en un caballo, un personaje ficticio protagonista de cuentos de humor, utilizados por los maestros del sufismo para sus enseñanzas.

Nos tomamos un descanso en la terraza Labi Hovuz, observando la vida local. Para comer nos decidimos por el restaurante Old Bukhara, uno de los míticos de la ciudad que suele estar lleno. Cuenta con una gran terraza y una sala acondicionada demasiado fría para nosotros. Pedimos samsa, una especie de empanadillas rellenas, manti, como raviolis italianos, y un plato de rabo de toro. Salimos satisfechos y con el estómago feliz.

Aprovechamos el atardecer para visitar la fortaleza, denominada Arq, construida por cientos de esclavos y que fue antigua residencia de los emires de Bujará hasta la invasión rusa. Mucho antes también sirvió de refugio a los habitantes cuando Gengis Khan tomó la ciudad.  Su imponente tamaño y sus formas inclinadas la hacen muy fotogénica desde el exterior. En la parte superior entramos en la Mezquita Juma, hoy convertida en museo, y siguiendo el camino balizado hay varios puntos de observación donde ver la ciudad desde otra perspectiva y un atardecer precioso. Hacia la puesta de sol vemos una enorme torre observatorio, Bukhara Tower, con la forma de la torre de Tesla.

Si tenéis tiempo y ganas, rodeando la fortaleza se encuentra Zindan, una cárcel espantosa en funcionamiento de los siglos XVIII a XX, que acogió presos políticos, ladrones, criminales y hasta espías, en muy malas condiciones y donde se les torturaba hasta la muerte. Nosotros no entramos.

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Antes de retirarnos al hotel, disfrutamos de nuevo de la iluminación de Poi Kalon, una plaza a la que estamos enganchados.

El último día completo en Bujará empezamos por la zona exterior de la ciudad amurallada, cogiendo un taxi para luego ir volviendo caminando al centro.

En el centro del parque Samonids encontramos el edificio más antiguo de Bujará que alberga la tumba de Ismail Samani, fundador de la Dinastía Samánida que abandonó el zoroastrismo y abrazó el islam. El pequeño edificio cuadrado con una cúpula esférica rodeada de otras cuatro es muy atractivo, con elegantes dibujos y formas geométricas. El interior (con entrada) solo contiene la tumba de Ismail.

Sin abandonar el parque llegamos al Mausoleo de Chasma Ayub, más simple pero de máxima importancia histórica. Según dice la leyenda, la fuente sagrada que alberga el mausoleo fue creada por el profeta Job golpeando su bastón en el suelo para proveer de agua a toda la zona. En el interior hay un museo del agua al que decidimos no entrar.

Mucho más interesante y curioso nos resultó este mercado local que refleja la vida diaria de la ciudad. Está dividido en secciones, es como un gran centro comercial en superficie. En la parte de alimentación, siempre llamativa y diferente, había unos puestos con todo tipo de verduras ya cortadas, listas para preparar una ensalada o una sopa. Nos compramos unas samsa que serían parte de nuestra cena.

Esta es una de las mezquitas más espectaculares de Bujará, construida a principios del siglo XVIII. La estampa que proporciona su patio exterior con 20 columnas de madera tallada y el pequeño estanque, con una torre de agua de 33 metros, es maravillosa. El artesonado de su patio también es una joya, y en el interior completamente reformado merece la pena admirar su fantástica arquitectura y disfrutar de la paz que se respira.

Estas dos madrasas enfrentadas fueron construidas por Abdullah Khan, la de Madari (1567) en honor a su madre y la otra para sí mismo data de 1580. Las dos reflejan los tiempos de mayor esplendor de la ciudad durante la ruta de la Seda. En esta parte de la ciudad apenas vemos turistas, será por el calor sofocante. En la Madari sí pudimos entrar al patio, no así en la otra.

Para comer nos desplazamos hasta Plov Center para degustar otro rico plato de plov. En cada ciudad lo preparan con ligeras diferencias, pero siempre es muy sabroso. Tened en cuenta que en este restaurante no sirven alcohol, lo típico que te ofrecen para acompañar la comida es una jarra de té verde.

Esta singular madrasa significa “cuatro minaretes”, que parecen ser los que flanquean su estructura. Digo parecen porque en realidad son torres, muy similares a minaretes, con diseños diferentes cada una y el mismo azul turquesa que remata sus cúpulas. Esta madrasa no se parece a ninguna otra que hayamos visto hasta ahora, tiene una ligera influencia del arte de la India. El estrecho interior lo ocupa una tiendecita y un acceso de pago para subir a la azotea de esta peculiar construcción. Las vistas desde arriba no son nada del otro mundo, pero es un sitio curioso.

De camino a la plaza Lyabi Hauz, recorremos este bazar, donde antiguamente se situaban los cambiadores de dinero, y aprovechamos para hacer las últimas compras. Este bazar también incluye una mezquita del siglo XX.
Nuestras últimas horas en esta encantadora ciudad nos llevaron a la plaza Persian Square, donde había un festival de folklore, con actuaciones de diferentes grupos del país.

Nos deleitamos de nuevo en Poi Kalon disfrutando de un espectacular atardecer, imaginando a Aladdin en su alfombra mágica sobrevolando sus brillantes cúpulas azules. La noche en la ciudad es seductora, fascinante, decían los antiguos que en Bujará la luz va de la tierra al cielo. Los árabes la llamaron «el paraíso del mundo». ¡Hasta siempre Aladdin!

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