En el primer aniversario del blog estrenamos nueva web y alojamiento. ¡Esperamos que os guste!
Mandalay está en el corazón de Myanmar y fue la capital del país antes de la anexión de Birmania por los británicos. Es un gran centro religioso y donde más monasterios visitamos. Por sus calles transitan multitud de monjes y monjas pidiendo donativos y comida.
La ciudad no es especialmente interesante aunque llama la atención ver el mapa y comprobar la gran extensión que ocupan su Fuerte y su Palacio Real: cuatro hectáreas nada menos y en pleno centro (ver portada). No merece la pena entrar pero pasear rodeando la muralla por fuera nos gustó mucho. Está bien conservada y rodeada de un foso grande de agua. Este paseo y el mercadillo nocturno al que nos acercamos, es lo que creemos que merece más la pena.
Lo mejor es alojarse allí como centro de operaciones para visitar Mingun, Ava, Amarapura y Sagaing, las antiguas capitales. Y eso es lo que hicimos.
Recién llegados, dejamos el equipaje en el alojamiento y tomamos un barco a Mingun. Disfrutamos mucho el trayecto por el río Ayeyarwady, es muy relajante disfrutar este paisaje mientras te acercas.
Mingun es un pueblecito pequeño pero muy agradable. Al llegar allí nos dirigimos a la que pudo ser la Pagoda más grande del mundo, comenzada por el rey Bodawpaya en 1790.
Es cuadrada e inmensa pero está en un estado ruinoso debido a que no se terminó, y al terremoto de 1838 que le dio la puntilla por lo que no se puede acceder al interior. No obstante impresiona darle la vuelta por fuera y asomarse a un pequeño altar con un Buda.
En un edificio anexo se encuentra la Campana más grande del mundo, destinada a la pagoda que citamos antes. Mide 4m de alto y 5m de diámetro. Pesa 90 toneladas y uno se puede meter dentro perfectamente. Como curiosidad, en Myanmar las campanas no tienen badajo, se golpean tres veces desde fuera con un mazo.
Mientras realizamos este paseo, hay tenderetes donde se pueden adquirir recuerdos, pantalones de elefantes, artesanía, cuadros…Como en el resto del viaje las sonrisas de los birmanos nos acompañan a cada paso, sintiéndonos muy bien acogidos.
Más adelante se encuentra la Pagoda blanca de Hsinbyume construida en honor a la nieta de Bodawpaya que murió en el parto. Es una auténtica joya. Se puede ascender por ella a través de escaleras y hacerse una original foto desde una de sus siete terrazas.
Por la tarde aprovechamos para visitar el monasterio del palacio dorado (Shwe Kyaung, 1880) construido en madera de teka en el lugar donde estaba el palacio dorado y reutilizando los materiales de éste.
Llegamos a pie a la Pagoda Kuthodaw Paya que contiene 729 placas de mármol formando un gigantesco catálogo budista y lo que llaman “el libro más grande”; se dice que se tardan unos 8 meses en leerlo. En este templo nos llamó la atención que tenían a Buda con unos rayos de colores que nacían detrás de él e iban hacia afuera. Con todos mis respetos hacia los budistas, pero en aquel momento tuve la sensación de estar en un casino. En adelante lo vimos en más ocasiones.
Ya en la calle observamos una curiosa escena, un minibús repleto de monjes y de monjas que se sujetaban como podían.
De ahí fuimos al Monasterio Shwe Kyin para ver a los mojes dirigirse a la oración y cómo los llamaban tocando tres veces la campana. Iban en fila y dejaban las chanclas ordenadamente unas al lado de otras conforme llegaban. Una ceremonia cargada de espiritualidad y recogimiento, que sin duda no te deja indiferente. Fue curioso ver a los más pequeños haciendo sus oraciones.
Hay que descalzarse antes de acceder a cualquier templo, a las casas particulares, a las clases en el colegio. Al principio tienes que habituarte a ello, los occidentales en general no estamos acostumbrados a caminar descalzos en el exterior y, al menos yo, tengo las plantas de los pies muy sensibles y se me clavaba cualquier piedrecita que me hacía ver las estrellas. Sin embargo, conforme fue avanzando el viaje, me hacía sentir más conectada a la Tierra. Y echo de menos esa sensación desde que hemos vuelto. Caminaría descalza por calles peatonales sintiendo el mundo en mis pies, aunque me arriesgaría a pisar una colilla o algo peor.
También aprovechamos para subir a la Colina de Mandalay y disfrutar de las enormes vistas desde arriba de la ciudad y del río. Muy recomendable. Se puede subir por escaleras o en minibús.
Al día siguiente fuimos a visitar Mahamuni Paya. En su interior se halla un Buda enorme completamente deformado debido a la gran cantidad de pan de oro que le han adherido los fieles. Afortunadamente han dejado libre el rostro, por lo que ahora el resto del cuerpo es una masa deforme. El desmedido fervor de los birmanos con sus ofrendas tiene estas consecuencias, el buda se ha convertido en una masa deforme. Las mujeres no pueden acercarse a la figura y siguen atentamente por televisión estas rutinas decorativas.
También nos acercamos a un taller de bronce donde nos mostraron cómo hacen los budas con este material. Primero hacen una figura de barro, la dejan secar, la cubren con una capa de cera, ponen otra encima de barro que también dejan secar y luego calientan todo de forma que la cera se derrite y sale toda fuera. A continuación rellenan con bronce el hueco que la cera deja libre. Luego rompen la capa externa de barro, et voilá: a la vista parece una estatua de bronce maciza cuando tan sólo lleva la capa externa.
De allí nos dirigimos a Amarapura a ver y pasear por U Bein, el puente de teca más largo del mundo: 1,2km. Nos tocó un día de mucho viento y la sensación de pasear sobre el puente no era muy cómoda. Quizás nos gustó más verlo en la distancia con el atardecer al fondo. De hecho es una imagen que pintan los lugareños para llevarte de recuerdo. Algunos lo hacen de una forma muy original: con cuchillas y tinta negra.
Después fuimos al Monasterio Mahagandayone donde viven 1200 monjes. Había tanto turista allí que parecía un parque de atracciones. Además nos resultó especialmente molesto la forma en que el turismo chino los trataba sin ningún respeto, disparando selfies con los monjes haciendo posturas. Tristemente, es una atracción totalmente desnaturalizada por la masificación.
Fuimos testigos de la procesión que realizan entre la gente mientras les dan donativos y se dirigen al comedor. Quizás es donde vimos más de cerca la vida de los que habitan allí, sus dormitorios, sus comedores, por cierto sustentados por donantes adinerados pues cada día se necesitan, según nos explicaron, alrededor de 1.000$ para mantener a toda la congregación.
Para ir a Ava tomamos un barquito porque está en la otra orilla del río. Allí nos recogió un coche de caballo tan pequeñito que el pobre me dio pena con tanto peso. Allí visitamos los restos de su Muralla y unas Pagodas que me recordaron a las de Camboya.
Visitamos Bagayar, un monasterio de teca construido con 267 pilares de teca.
Regresamos de nuevo en el barquito y nos desplazamos a Sagaing donde visitamos lo que llaman “la cueva” con un montón de Budas que se han ido añadiendo gracias a donativos llegados de todas partes. Hay placas en las paredes con los nombres y la procedencia de los donantes, y nos chocó especialmente una por provenir de nuestra tierra: Aragón, en concreto era de Monreal del Campo (Teruel).
Pagoda U Ponya en lo alto de la colina y desde allí hay unas vistas espectaculares de las pagodas y monasterios que hay alrededor y mucha vegetación.
Antes de abandonar Mandalay, fuimos al mercado de jade. Allí se reúnen los vendedores y compradores de esta piedra cuya mina más grande en el mundo está en Myanmar. En el mismo lugar puedes comprar la piedra y pulirla. Puedes comprar recuerdos ya fabricados, sobre todo pulseras, o te pueden pulir la que compres a tu gusto. Tienen linternas para comprobar su pureza. Es un lugar bullicioso que nos gustó pasear.
Partimos a Monywa, población que está a unos 135km de Mandalay, y en las cercanías hicimos una parada para visitar Maha Bodhi Ta Htaung donde están el Buda de pie (segundo más alto del mundo, construido en 1995) y otro reclinado también de los más largos del mundo, de 200m. De hecho se podía subir en un ascensor interior pero tuvo un accidente y ya no está en uso. La visión conforme te acercas es bien curiosa. Podéis juzgar vosotros mismos en las fotos. El Buda de pie se puede visitar por dentro y subir sus pisos por escaleras pero nosotros sólo subimos hasta el segundo, hay pinturas de los distintos niveles de existencia de los budistas.
Esta zona de Monywa es rica en productos agrícolas, creo que era la primera vez que tocaba una planta de algodón. Allí es donde unas mujeres se divirtieron conmigo poniéndome tanaka en la cara. Es una de las primeras cosas que llama la atención en las gentes de Myanmar. Cortan y machacan el árbol de la tanaka, lo mezclan con agua y se lo extienden por la cara a modo de colorete o maquillaje. Lo usan tanto hombres como mujeres, a excepción de monjes y monjas. Cierto es que les hace de protección solar. Algunas chicas se hacen diseños verdaderamente curiosos en las mejillas. El agua se va evaporando y queda un color amarillento.
Cercano a este lugar hay un campo con 1000 Budas, desde arriba llamaba la atención ver esta “plantación”.
El templo Sambuddha Kat Kayw, precioso, diferente a los demás. Allí mismo en los árboles en vez de palomas o gorriones ¡había murciélagos! Y qué guirigay, jeje.
El templo alberga nada más y nada menos que 500.000 Budas de todos los tamaños, en las paredes, en los arcos, hasta el más pequeño de los recovecos está aprovechado con uno o varios de ellos. Ciertamente son devotos. Hasta tal punto lo hemos comprobado que, aunque las ciudades necesiten mantenimiento, ellos siguen empleando mucho dinero en construír pagodas. Me recuerda al afán que tenemos en nuestra ciudad por hacer carriles bici.
Después de descansar en el hotel, fuimos a cenar al restaurante Chindwin River. No suelo opinar en el blog acerca de restaurantes pero, si vais a Monywa, no dejéis de ir. Tienen el mejor pato (steam duck) que hemos probado nunca. Y hemos probado unos cuantos en España y en nuestros viajes. Impresionante. Me hubiera traído un tupper.
Con gran pesar, al día siguiente dejamos Monywa, me hubiera quedado al menos otro día más, pero realmente la ciudad no es de interés y lo que hay que ver está en los trayectos.
Cuevas de Pho Win Taung. Nada más llegar nos reciben los monos junto con unas chicas que venden comida para que los turistas les den de comer. Asciendes por unas escaleras y al principio no tienes la sensación de que vayas a ver algo realmente interesante, pero en el interior de las cuevas hay Budas y pinturas policromadas, relativamente bien conservados que merecen la pena.
Pregunta: ¿Alguien sabe qué hay en las botellas?
Próxima etapa: Bagan