AEROPUERTOS

Ay sí, ese mundo. Cuando llegas a él para iniciar un viaje de placer, tu cuerpo vibra de la emoción, te sientes cosmopolita, observas a los demás leyendo sus destinos en los paneles y buscas tu mostrador de facturación. Hasta aquí todo es maravilloso, además te quitas un peso de encima (maletas) y puedes moverte más ligero. Eso sí, a rezar secretamente para que llegue todo correctamente a destino. Si tienes que enlazar más de un vuelo, rezas con más fervor aún.
Y te diriges hacia el control de pasaportes y al arco de seguridad. Contienes la respiración para que no pite y tengan que escudriñarte como si llevaras algo ilegal.
Una vez eres «libre», ya puedes pasear tranquilamente y distraerte en las tiendas libres de impuestos y tomarte algo tres veces más caro que antes de entrar.
Buscas tu «gate» (puerta de embarque) deseando que todo vaya según lo previsto y el embarque y el despegue sean en hora.
El último vuelo que tomamos el año pasado salió con dos horas de retraso porque había un fallo eléctrico en el avión. Imaginad lo que te tranquiliza esto cuando lo oyes por los altavoces. ¿Será seguro ir con este avión aunque lo resuelvan? ¿Lograré abstraerme durante todo el vuelo de que había un problema antes de salir?
Hace muchos años, en un vuelo de Cuba a España, un pasajero que no quería subir el equipaje de mano a los porta equipajes de cabina y le llamaron la atención, no se le ocurrió otra cosa que decir «o me dejan en paz o exploto el avión». Para qué más. Subió la policía y lo bajaron del avión. Menudo listo.
Alguna anécdota más tengo por ahí pero quizás son estas las más llamativas.
En el tema de equipajes también tengo varias experiencias. La peor fue en el viaje de ida a la India. Nuestros equipajes quedaron en el enlace de Londres y tardaron 4 días en llegar. Entonces hacía una maleta con ropa y otra con zapatos y neceseres. La que se quedó allá fue la de ropa. Una faena porque, en las tiendecillas alrededor del hotel, solo vendían saris para mujeres. Estuve cuatro noches durmiendo con el albornoz de la habitación y llevando por el día la ropa con la que vine. Menos mal que la ropa interior sí la había repartido entre las dos maletas.
Al tercer día encontré una camiseta con un elefante bordado en una tienda de souvenirs. Al cuarto día, después de haber cambiado ya de ciudad, llegó la maleta al hotel. Y aquí viene mi protesta: no estaba todo. Debieron abrirla donde fuera y se debieron quedar con lo que les gustó. Y digo lo que les gustó porque también era lo que más nos gustaba a nosotros. Me sentí indefensa. ¿A quién protestas? ¿Al aeropuerto de salida, al de enlace o al de destino? Y ¿cómo demuestras que llevabas dentro todo lo que dices llevar?
La rabia se te apodera y solo tienes derecho a la pataleta. No vas a estar anotando y haciendo fotos de todo lo que introduces en el equipaje.
Si te van a abrir la maleta, deberías tener derecho a estar delante.
También nos ha pasado que han llegado las maletas con diferente candado del que les pusimos. Misma combinación sí, pero distinto candado. ¿Les gustaba más el nuestro? ¿Se lo quedaron de recuerdo?
No sé si alguien sabe de estos temas pero le agradecería algún consejo. Te sientes a merced del azar, en tierra de nadie.

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